LO
QUE VOY APRENDIENDO
Francisco
de Sales
Esto
no es ni pretende ser un testamento, ni el lamento de un arrepentimiento, ni una
declaración de principios, ni una lección magistral.
Son
algunas reflexiones que se han producido en mi interior, (sin que yo me diera
cuenta de ellas la mayoría de las veces), y son también las dudas que me
incordian, y las ideas que el paso del tiempo me ha ido
prestando
Digo
que tengo 58 años, pero 58, precisamente, son los que YA NO TENGO. En realidad,
solo tengo el segundo exacto en el que estoy ahora mismo, y nada de futuro: sólo
continuos instantes.
58
son los que han transcurrido desde que nací.
Tampoco
puedo decir que son los que he vivido, porque entonces tendría que decir que 3,
o 7, o 10. El resto de años los he despilfarrado, los he pasado durmiendo, los
he visto pasar sin darme cuenta, se han gastado ellos
solos…
De
todos los pensamientos que voy guardando, la más cruel y evidente realidad es
que esto de hacerse mayor en edad y acercarse cada vez más al fin de la vida, va
en serio.
Y
que yo, también, a mi pesar, seguiré el mismo camino hacia lo desconocido que
recorrieron todos los ya fallecidos, y que no seré la excepción primera que
algún día tal vez soñé.
Esto
me hace reflexionar inevitablemente, porque voy siendo consciente de que cada
día me queda menos tiempo de estar aquí, y cada vez soy más consciente de que
tengo que ir preparándome para dejar la vida sin enojo, comprendiendo que ya
cuando me la entregaron me dijeron al mismo tiempo que me la quitarían, pero que
disfrutara de ella mientras estuviera entre el principio y el fin, así que esto
no debiera molestarme mucho. Pero sí me molesta.
Esto
último me lleva a darme cuenta de que aún estoy a tiempo de sacarle partido a lo
que me queda, que aún dispongo de la oportunidad de modificar, de decidir, de
abandonar y comenzar, de hacer, de decir, de pedir, de
ofrecer…
El
maravilloso regalo es que cada mañana nos trae la posibilidad de comenzar de
nuevo y que, casi siempre, tenemos la opción de hacerlo.
Me
viene a veces la idea de que tengo que estar en paz con todas las personas, para
que el día de mi partida no deje asuntos sin resolver, o penas o inquietudes en
los corazones de los vivos que no podremos solventar en otro
momento.
Además,
se me ha despertado un sincero amor hacia los otros, hacia los desconocidos: a
esos lejanos que veo sonreír en alguna foto (y jamás veré en persona) y a los
que muestran una tristeza profunda, porque con los primeros siento empatía y me
gustaría abrazarlos, sin más, y a los segundos me apetece enviarles una sonrisa
contagiosa que despierte a la suya oculta.
También
me he dado cuenta de que voy a vivir el tiempo que viva mi cuerpo y en las
condiciones físicas que se encuentre mi cuerpo, por lo tanto deberé prestarle
atención y cuidarlo como un tesoro.
A
menudo miro las fotos de esos personajes que conocí hace muchos años, y al
verlos en la actualidad me doy cuenta de su lógica decrepitud, y trato de
engañarme pensando que yo estoy bien, para la edad que tengo, y que aún tengo
tiempo para vivir antes de que llegue a esa edad en que se comienza a,
simplemente, sobrevivir.
Pero
no es cierto.
La
realidad, que no admite sobornos, me hace ver mis arrugas, me recuerda los
ligeros achaques que empiezan a instalarse en mí, con la mala intención de
quedarse a perpetuidad, y me hace consciente de las limitaciones que me imponen
los años acumulados, y la promesa no mejor de las que llegarán con los próximos
años.
Me
imagino que llegará un día en que no pueda moverme de la cama, o que me sienten
en una silla de ruedas y me dejen en ella todo el día.
Lo
que tengo claro es que nunca voy a estar mejor que ahora.
(Una
querida amiga dice que a esta edad, si te levantas una mañana y no te duele
nada, es que te has muerto)
Este
tiempo en el que estoy es, también, “El tiempo de los Arrepentimientos”, porque
la experiencia (o simplemente la cantidad de cosas por las que uno ha pasado)
hacen darse cuenta de cómo fueron algunas actitudes o actos del
pasado.
Algunas
cosas que en su momento parecieron cruciales, y fueron cargadas de una
solemnidad y gravedad que ha desaparecido, ahora provocan una leve sonrisa o un
sonrojo avergonzado, y uno se lamenta de algunas o bastantes de las cosas que
hizo, de otras que no hizo, de algunos pensamientos, de no haber cumplido los
sueños, de no haberse atrevido, de haber dicho o haber callado, de guardarse el
amor y dejarlo caducarse en el corazón mientras alguien esperaba que se le
entregara, de callarse los sentimientos y de dejar que los besos se secaran en
los labios, de no haber corrido más o haber llorado más o haber jugado más o
haberse muerto de amor.
Este
tiempo es un preámbulo del Juicio Final, y si uno es sincero, y se da cuenta de
sus fallos y sus “pecados”, según el propio criterio personal, y sin necesidad
de que otro venga acusador a señalártelos, uno ve lo que estuvo bien y lo que
no. Y aprende.
La
parte positiva –que todo tiene su parte positiva- es que, en muchos casos, uno
aún está a tiempo de arrepentirse, de pedir perdón, de reparar el mal causado,
de comenzar de nuevo y con ganas, de vivir los años que quedan por venir, de
proponerse la noble tarea de ser feliz y hacer felices a los otros, de enseñar
lo poco que sabe, de usar el amor universal asiduamente y sin restricciones… en
suma: de VIVIR.
reflexiones
A los 58 años los remordimientos también tratan de aportar algo de luz y ayuda,
actúan con una justicia amable y comprensiva, y nos hacen darnos cuenta de que
no somos tan perfectos como a veces queremos suponer, y que hemos hecho daño,
intencionadamente o sin querer, y que quisiéramos haber actuado de otro modo,
pero el tiempo no nos da la oportunidad de volver a aquel entonces a
repararlo.
A
cambio, nos da la sabiduría para que no se vuelva a repetir, y nos ofrece la
posibilidad de reconciliarnos con nosotros mismos de un modo más amable y
profundo, de demostrarnos que nos seguimos amando a pesar de las imperfecciones.
Nos ofrece un acogimiento cálido, como el de una madre que no deja de querer
incondicionalmente al hijo, haga lo que haga.
Estos
58 años son una edad curiosa, interesante, que tiene entre sus ingredientes una
claridad sorprendente para algunas cosas, y una comprensión interna de la vida,
muy aposentada y con visos de seguir mejorándose cada día.
Es un tiempo de introspección y reflexión, de tomar ya las decisiones que se han ido aplazando, de atreverse ya por fin a hacer lo que uno sabe que tiene que hacer por su propio bien, de terminar de darse cuenta de quién es, de ser más íntegro y más digno, de reconciliarse con su humanidad, de aceptarse tal como uno es, de amigarse con los propios errores, con los “defectos”, con las cosas que aún no se han mejorado del todo, con sus limitaciones, con su insignificancia, aceptando que no se cumplieron todos los sueños, que la vida no ha sido del todo como uno imaginaba, pero que uno sigue consigo mismo a pesar de todo, y que uno tiene en este momento de su vida (sea el que sea) la maravillosa y mágica posibilidad de enderezar el presente y el porvenir.
Que así sea.